¿Te gusta mi blog? ¡¡Vótenlo!!

Dame tu voto en HispaBloggers!

domingo, 28 de septiembre de 2014

LXVIII. Sueños

Los sueños son unas imágenes que se nos vienen a la cabeza cuando dormimos principalmente, a veces bonitas, otras raras, otras crueles... Estas últimas son las llamadas pesadillas. Mi madre creía en anormalidades como espectros etcétera. Siempre me ponía un plumón anti-pesadillas, lo llamo yo. Es un amuleto que aleja esos espectros. Yo tengo uno de esos en mi casa. Verode nunca tuvo nada de pesadillas -que yo sepa- pero esa misma noche, encontré que no era nada raro haberlo tenido, es decir, tuvo una pesadilla.

Yo estaba leyendo un libro mientras la chimenea calentaba mis pies helados y mi piel blanca como la nieve, y él, tumbado en uno de mis sillones, tan a gustito él... Hasta que empezó a moverse, y a gemir como si algo no iba bien. Luego empezó a mover la cola de alegría junto a sus patas moviéndose de angustia. Quería parar eso, me hacía sufrir más a mí que a él. Le llamé: -Verode, ¿qué te ocurre? Se sobresaltó, miró a ambos lados y colocó su cabeza entre el brazo del sillón, y entre un suspiro, pensamos que todo ha había pasado.

Sabemos que los sueños, sueños son pero las pesadillas son algo menos común.

martes, 5 de agosto de 2014

LXVII. ¡A jugar!

Después de tanto tiempo de allá para acá, de arriba a abajo, pensé que era mejor hacer algo más ameno y --por supuesto- divertido, porque no sabía si a Verode le gustaba andar, descubrir cosas nuevas, etc. pero como a veces la curiosidad es buena, y otras veces mata, creo que haré lo más rudimentario que hay entre un perro y su amo: jugar con él.

Empecé jugando con una pelota de tenis. Son las que más le gusta a los perros. Verde, por el prado del que van dando botes como la pelota; y blanco, la trayectoria de los perros dando saltos para cogerla. Nunca probé a lanzarle la pelota, así que probé. Hice que se sentara (al principio me sentí mal de obligarle a sentarse, ya que no soy así. Nunca, es decir, NUNCA mandaría a un animal tan bueno y doméstico como él a sentarse porque sí), y que cogiera la pelota al aire. ¿Lo hizo? Pues la verdad es que no a la primera. Probamos otro par de veces, pero no capturaba a la presa voladora. Seguí, pero esta vez que lo hiciera de pie. Agarré bien fuerte la pelota, como si la pelota tuviera manos al caerse de un acantilado, y la tiré todo lo fuerte que pude. La pelota botó una, dos, tres veces... El cuarto bote no lo vi, ya que se escondería detrás de las azucenas en forma de arbusto. Verode, listo él, rodeó las flores y la cogió. La vecina se cabreó un poco con nosotros, ya que al lanzarle la pelota "rozamos" el arbusto. Probé otra cosa "menos destructiva".

Seguí con un juego, al parecer, divertido para ambos dos: la cuerda. Él cogió el extremo de la cuerda más peludo y yo el otro extremo, y empezamos a tirar para lados contrarios. Verode gruñía pensando que con eso tendrías más fuerzas para derribarme. La verdad es que caímos rendidos los dos... Por lo tanto nadie ganó esta vez.

Con esto de jugar aprendí una moraleja: si haces siempre lo mismo, te cansas. Y así era. Jugar nos vino bien para hacer cosas nuevas que quizás nos guste en otro momento. En fin, algo ameno, es bueno.

viernes, 1 de agosto de 2014

LXVI. Olas

"El mar es muy tranquilo cuando quiere, pero tenebroso cuando lo desea"

Sabías palabras de mi abuela, que le daba miedo las corrientes fuertes, vaya que me llevarán de chico mar adentro y ya no me volvieran a ver. Las olas, son otro peligro, Verode. Una ola te puede dar muy fuerte y romperte tus pequeños huesos de perro, y no quiero volver al hospital, como hace ya un par de años.
La marea sube y baja, nosotros subimos y bajamos para no mojarnos, como un juego de niños. A Verode le daba igual, pero cuando me veía me copiaba con tal de que no le pillara. Luego, en un momento perfecto, cogí a Verode en brazos (pude con él, sí) y me lo llevé a la orillita.

-¡Aaa...! Que fresquita, ¿no Verode? -le chinché un poquito. A Verode le seguía dando igual, porque después se vengaría de mi. Hizo a lo que yo llamo, el plan B: su sacudida para secarse. No me la esperaba, por lo tanto, me empapé yo también. Dios, como íbamos los dos.

Cuando ya volvíamos, un estornudo de Verode, rompió el silencio. Ya se iba a poner malo... Las olas, que malas son cuando quieren, y yo bueno cuando lo desee.

lunes, 28 de julio de 2014

LXV. Amores

Verode y yo nos levantamos hoy con ganas de caminar y adentrarnos en el Sendero de Juana, el sendero de dos o diez kilómetros de bonitos riachuelos, lagos y todo tipo de cosa salvaje. El camino era de piedras, pero el camino era estable, marroncillo y con algunas hierbas -como en todos los caminos-, hierbas que ni dificultan el camino ni lo hacen mejor, sino plantas que crecen porque sí.

Cuando llegamos a la primera parada, vimos un campo de flores blancas y algunas negras (raramente, flores negras, no marchitas, sino vivas). El campo de Adiv, decía un cartel con una frase:

Cuando yo me declare, las flores se aclararán; si hay negras, es que aún la declaración la llevo dentro de mí.
Escrito por: (borroso)

Me di cuenta de dos cosas: del tiempo que llevo con Verode (amor de amistad) y el que llevaré con mi mujer (amor), es decir, dos amores totalmente distintos.

Verode para mí no es un saco de pulgas, de color blanco con manchas de café, es un amigo, con quien puedo contar con él, vivir con él y hacer todo tipo de cosas junto a él. No es una persona ni quiero tratarlo como tal, quiero tratarlo tal y como es, un amigo (y lo repito), nada más que un amigo. El amor que siento hacia él, es amor de amistad, un amor que cualquiera puede tener si tu lo deseas. Es un amor que consiste en que quieres a esa persona (o animal, en este caso) pero como amigo fiel y leal. Sabes que puedes confiar en él siempre, y que te va a apoyar eternamente y no cambiará nada por ti.

En cambio, el amor verdadero, es con aquella persona que la amas, y la quieres, tanto como persona como pareja, acompañante... Yo nunca tuve una persona así. Pero si la tuviera, la querría hasta "que la muerte nos separara". Aunque apenas la vea, por otros motivos, pero se sabe que ambos nos vamos a querer. Preferiría hasta sacrificar mi vida por ella, ya que ella te va a acompañar siempre (como el amor de amistad, pero este amor es más amplio). Los besos, los abrazos, los te quiero son cosas tan bonitas... Tan lindas...

Al estar mirando en las musarañas y pensando esto, tropiezo y me caigo. Me hice un pequeño corte en la mano y un moratón en la rodilla. Verode me lamió la cara. ESO era un signo de respeto y de ser fiel. Él parecía ser un perro, pero a veces una persona. Si yo amara algún día, y me obligara a apartar a Verode de mi vista para siempre, a la que iba a dejar es a aquella persona -sintiéndolo mucho-, pero Verode es una de esas personas o perro o amigo, que tanto amo.

domingo, 27 de julio de 2014

LXIV. De compgas

Del nublado día de hoy, decidí salir de casa y adentrarme en el pueblo a por comida. Dejé a Verode encargado de la casa. Fui a la tienda nueva de aquí al lado. Antes iba al supermercado de la Tía Paca, pero como no hablaba bien e "insultaba a mi amigo", pensé de no volver más. La tienda nueva se llamaba Le pas cher, en francés, "lo barato". Era un francés, por supuesto. Las ancianitas del pueblo decían que era muy amable.

Entré. Se abrieron unas de esas puertas con sensor. El supermercado tenía un olor a nuevo, con baldosas azules -que resbalaban un poco al caminar-.
-Bonjour, mon ami-dijo el francés. Bienvenido a mi nuevo supegmegcado. Cualquieg duda, coméntemelo.
Sí, era buena gente, tenía su tono francés, pero hablaba muy educado y manejaba el español.

La tienda estaba separada en secciones: lácteos, bebidas, frutas y verduras, carnes, pescados, etc., pero, no vi una sección de animales, para comprarle algo a Verode, como su comida. Antes me percaté en coger la comida humana, luego la perruna; en realidad, todo era perfecto. Había gente del pueblo por todas partes, e irías saludando cada dos por tres, porque habían personas que ibas a conocer sí o sí. Lo malo es que, cuando mirabas al suelo, del azul tan bonito de las baldosas, te perdías un poco y quizás chocarías con cualquiera, pero el azul era impresionante, como si fueses tumbarte en la hierba, y miraras al cielo (las baldosas) del color tan bonito, cuadradas...

Llegaba a los vinos, cuando oí a un perro ladrar. <<Capaz de ser Verode>>, pensé. Y acerté de lleno. Blanco con manchas blancas aproximándose rápidamente. ¡Me olía desde la entrada! Me asusté un poco, porque nos irían a regañar, por dejar entrar a un perro como Verode (bueno, era mi amigo). La gente miraba a Verode, pero apenas le hacían caso, lo saludaban, lo acariciaban... Pero no se preguntaban nada de por qué un perro ha entrado al supermercado, qué hace aquí...

Iba a salir ya de la tienda, cuando veo al francés. Antes de nada le pedí disculpas por el imprevisto con Verode, pero él sonrió. Me quedé atónico. Perdí por un momento a Verode. Estaba oliendo a un Terrier (supuestamente del francés). Acerté de nuevo. Me contó que no quería dejarlo solo en casa y que se lo trae siempre, ya que si le roban en su casa, le da un ataque (ya que me comentó que tenía problemas de corazón). La gente siempre lo saludaba llamándole por su nombre, dándole alguna chuche... Se llamaba Rose (rosa, en francés) y el hombre François. Les presenté también yo a Verode y me presenté también yo.

Al final la compra salió baratita. Aprendí a no dejar a Verode solo en casa. Prometí volver de nuevo, no perdona, de nuevo no, toujours.

viernes, 25 de julio de 2014

LXIII. Otoño llegó

Cambió todo: del calor al frío; del bochorno, a la lluvia; del mojarse en el mar, al abrigarse en la casa... Me parece que ha pisado bien fuerte nuestro amigo otoño. Lo empecé a descubrir cuando salgo para afuera y veo que hace frío, llueve y me hace falta abrigarme. La radio ya lo venía diciendo, pero no les hice mucho caso, porque tampoco pensé que pisaría con tanta fuerza y al instante, pero bueno, es el otoño.

Verode se despertó hoy un pelín tarde -a pesar del viento y la lluvia-, pero tenía ganas de echarse un ratito en el sillón y mirar por la ventana, la lluvia, como si estuviera contando las gotas de lluvia: Una... Dos... Tres... Cuatro... Yo mientras me tomaba un té de limón fresquito, y le hacía compañía. La lluvia era como si tomase vida, y fuera la televisión, contándonos historias breves o largas, entreteniéndonos a cada instante. Lo malo, era ver como los animalitos salvajes corrían de un lado para otro encontrando el poco refugio que había en el pueblo. ¿Y la gente? Los vecinos eran totalmente iguales a ellos. Algunos con cestas en las cabezas, alguna chaqueta, y otros más listos, con paragüas por si llovía.

-Verode- le dije- ya puedes salir: ha parado. Estaba todo húmedo y -por supuesto- mojado. Nos pusimos debajo de Luis Felipe, el manzano. Cuando nos aposentamos allí, cayeron una hoja marrón seca, y cuando me di cuenta, el suelo ya estaba lleno de ellas. Montón de colores, de rojo oscuro a verde amarillento. Verode, como un niño pequeño, iba a por las hojas que poco a poco caían del manzano. Corriendo de un lado para otro, ladrándolas y recogiendo alguna que otra hoja con un color bonito. 

Se me acabó el té. Yo creo que ya era hora de pasar a la leche calentita, pero no hoy. Mejor mañana. El otoño ha llegado, y con él, el frío y las hojas secas de todos los años.

martes, 22 de julio de 2014

LXII. Mañana mañanera

Un amanecer a las seis de la mañana, no es un amanecer raro, es un amanecer normal. Ojeo un poco y veo a Verode acostado, hecho una bolita, al lado de su juguete e intento contener la risa. Al salir de la habitación, cojo un café calentito para estas mañanas de verano con muchísima humedad. Salgo afuera y me siento en mi vieja mecedora de mi madre. Abejas revoloteando en las coloridas flores, moscas molestando a todo el que pasara delante suya, pájaros saliendo de sus nidos para prender el viaje de vuelta al trabajo -por suerte, yo no trabajo-, vecinos cogiendo sus coches para, también, trabajar... Tanta gente en movimiento a estas horas de la mañana, tanto ajetreo..., se me cae la taza de café. Era de porcelana blanca con unas rayas verdes rodeándolas de rosas rojas, bonita, pero menos mal que tenía otras miles de ellas.

Después de recoger el pequeño desastre que monté en el badén de mi casa, me levanté, miré de nuevo el paisaje, y entré a casa a ver si Verode se había levantado. Me equivoqué, aún no. Había cambiado de posición, pero sus ojos verdes no volvieron a abrirse. No podía creer, que un animalillo como él, vestido con un traje blanco con manchas de café, y esos ojos, podrían colocarse como un balón de baloncesto; era como una trufa de chocolate blanco con pasas, que me apetecía tomármelo aunque fuera solo un mordisquito.

Puse la televisión para ver si había algo interesante a estas horas, pero erróneamente, me volví a equivocar; nada podía hacer pues. Pensé coger un libro, haber si me relajaba un rato. Cogí un libro, titulado La muerte sin vida, un libro de un autor que no me acuerdo ahora. Lo que sí, es que leí un buen ratito, pero el libro no captó toda la atención necesaria para quedarme horas y horas leyendo como una persona que no tiene nada que hacer, en este caso, la mía, pero me entretuvo. Las páginas eran blancas amarillentas, y las letras con un tono negro-marrón oscuro. El olor, uno de jazmín. Lo cerré y lo puse en la estantería.

Siete y algo de la mañana. Parecieron horas aquello. Me senté de nuevo en mi mecedora, esta vez sin café en mano. Hasta ese momento no recordé nada más, creo que me dormí, o estaba soñando, pero recuerdo una secuencia de imágenes. Oía el sonido de la puerta que chirriaba al abrirse. Era él, al fin despertó. No podía ni moverme, ni los brazos para abrazarlo ni la boca para llamarlo. Verode andaba buscándome y me encontró en la mecedora. Creí que eso sería lo último de mis imágenes:
tuve razón.